Netflix según Paula: Medianoche en París (2011), de Woody Allen: nostalgia de lo imaginado

Cinco minutos. Ese es el tiempo que Woody Allen se toma al inicio de su película “Medianoche en
Paris” para mostrar imágenes de la capital francesa y despertar ipso facto la envidia general de los
espectadores. Una eternidad, para aquel que espera un comienzo rimbombante y con guiños a
algún tipo de cine acción o a la historia que está por comenzar. Un lujo justificado, para los que le
perdonamos todo a Woody Allen. Porque aunque los años de la genialidad de “Annie Hall”,
“Manhattan” y “Zelig” se estén transformando en un recuerdo cada vez más borroso, es imposible
no sumergirse en todos los mundos propuestos por Woody. Ese octogenario tan genial, que
aunque uno se encuentre con chascarros como “Scoop” en el camino, la desilusión pasa rápido y
da paso a la ansiedad por la próxima película, siempre con la esperanza de que algo mejor está por
venir. Porque cuando el amor por el neoyorkino es genuino, no te frena el miedo a la decepción; ni
siquiera la amenaza del desencanto definitivo.

Una película al año… ¿Cómo diablos lo hace? Frente a un modus operandi tan prolífico, uno se
sienta a ver “Medianoche en París” con una cierta desconfianza, pensando en las últimas paradas
de “Woody on tour”, en algo tipo “Vicky Cristina Barcelona” o “Conocerás al hombre de tus
sueños”, a la francesa. Películas simpáticas, con destellos de genialidad, pero no fascinantes .
Ahora, se avistaban actores más bronceados, locaciones más glamorosas e ingredientes extras
como la aparición de Carla Bruni (y los supuestos celos de Sarkozy a Allen). Por separado, todos
elementos atractivos. Más no garantes de la genialidad de antaño.
Pero en su película número 40, el director la hizo de nuevo. Ver a Gil (Owen Wilson) la versión
joven, rubia y esbelta de Woody subiendo y bajando escaleras con destreza por París en busca de
su sueño dorado, es recordar también a la inigualable “La rosa púrpura del Cairo”, cuando Mia
Farrow ve incrédula como su galán sale de la pantalla para rescatarla de la vida real. Algo tiene
con el pasado este Woody, con la onda en sepia, el olor a naftalina, el bigotillo escueto y ese halo
de inocencia que parecen tener los que vivieron en tiempos más “simples”, ingenuidad que hoy se
nos hace casi inconcebible. Pero, claro está, el señor Allen no es el único fascinado con esos días;
somos muchos los que alucinamos con lo clásico, que preferimos la música de antaño, que aún no
somos viejos pero le encontramos sentido a la frase “todo tiempo pasado fue mejor”. Quién sabe
si más feliz. Pero ante nuestros ojos, más especial.

“¡Ustedes son los surrealistas, no yo! “, le dice un desconcertado Gil a Dalí y Luis Buñuel en una de
las mejores líneas vistas en el cine. Y como tampoco soy surrealista, debo confesar que a ratos la
propuesta me pareció exacerbada: Hemingway, Scott Fitzgerald, Dalí, Buñuel, Picasso, Cole Porter.
Todos en la misma fiesta. Todos de buen humor. Todos con ganas de conversar. Dónde se ha visto.
Ni en los mismos años 20. Pero al final, poco importa. El gusto de ver la cara de sorpresa de Gil, sus
caminatas nocturnas por París, sus conversaciones con Hemingway, su coqueteo pueril con la
llamada “groupie del arte” Adriana (Marion Cotillard), le gana a todo sentido de verosimilitud.

No se puede tener nostalgia de lo no vivido, pero intuyo que sí es posible añorar lo imaginado; tal
vez, la idealización del pasado tenga que ver con esa infundada certeza de creer que antes todo
era más sencillo. Aunque sepamos que no es tal, que lo que hoy nos parece simple quizás antes se
nos habría hecho un mundo…pasan los años, y la vida se hace más compleja. Pero la capacidad de
aguante, también.
Lo cierto es que mientras tratamos de sobrellevar el presente, sus tragedias, sus pandemias y sus
ratos de monotonía, la memoria de lo que no fuimos, puede transformarse en una bocanada de
aire fresco. El cine, de cierta forma, se trata de eso, de ser otro, de vivir un pedazo de tu mundo
soñado. Y de que en alguna dimensión paralela, dentro o fuera de la pantalla, sí se haga realidad.

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